El Lirio del Prado, una crónica fabulada.

Por Manuel Gayol Mecías

El Lirio del Prado
El Lirio del Prado

El Lirio del Prado, de Reynaldo Fernández Pavón, es una narrativa de sorprendente sello costumbrista, la cual se ve como una crónica fabulada, sabiendo que el hilo de la narración viene desde 1895 hasta la primera mitad del siglo XX, de la mano de los coprotagonistas, el español Emilio y la mulata Rafaela. En este sentido esta narración confirma uno de los ángulos más llamativos para los españoles, y es el que trata sobre la “hembra mulata” cubana, en la ya clásica obsesión que han tenido siempre por la vida en nuestra isla. Sin embargo, lo que más resalta en esta historia es además el afán del autor por develar diferentes momentos de la historia cultural de la naciente “república” en el mejor estilo de un fabulador.

En una narrativa como esta, la historia se va trenzando por enriquecedoras descripciones de personajes, hechos y lugares, puesto que se hace perceptible el deseo de describir por parte del narrador, que muy probablemente se nutre de los recuerdos biográficos del autor, quien también, evidentemente, ha sido influido por la famosa novela costumbrista de Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés. Esta aparente coincidencia (o tal vez, digamos: reciprocidad) entre el narrador y el autor sirve aquí —quizás contraria a supuestas leyes novelísticas que aconsejan y hasta imponen siempre la separación entre narrador y autor— (1) como un elemento sustentador de la atmósfera necesaria para este tipo de narración.

Su discurso narrativo se desliza de una manera fuerte en lo referente a la guerra entre cubanos y españoles, y posteriormente alcanza la suavidad de un lenguaje más reposado a la hora de la descripción de los diferentes momentos republicanos en una Cuba que buscaba su nueva formación de libertad. En la novela existe, de principio a fin, una corriente invisible que rebasa el hecho de las relaciones humanas entre sus personajes, para enfocarse en el intento (logrado) de proyectar un cuadro cultural (a modo de mosaico, digamos) de importantes aspectos históricos, pero más que históricos: culturales, de la formación antropológica y social del cubano.

A mi juicio esta intención de narrar, quiero decir, este sentido descriptivo a modo de digresiones (2), este deseo de dejar constancia  de hechos, costumbres, frases, modo de hablar, personajes históricos, expresiones del habla que han quedado en la memoria, momentos históricos relevantes, etc., es la esencia que domina  en el discurso de la historia, para superponerse a la acción de los personajes. Y es aquí, en mi criterio, en sus diversos momentos descriptivos, cuando esta narración alcanza su belleza y hasta su sentido poético. Es así que en medio de una atmósfera innegablemente costumbrista, aun cuando no deja de tener momentos de incertidumbre y ansiedad, muy propicios para lograr la tensión requerida de toda buena narración, Emilio, un desertor del ejército español, el taita Julián, esclavo que se educó entre blancos, y su hija Rafaela, la bella mulata que rebasa las barreras sociales de la época para llegar a tener el restaurante El Lirio del Prado, recorren sus encuentros y desencuentros parejos a un mismo escenario de cierto progreso de la sociedad cubana. Y quizá, a contra pelo de una crítica antagónica que pudiera ver como fallida esta historia en su intento novelístico, pienso que hay un valor innegable en sus descripciones, en su atmósfera, aun cuando el costumbrismo literario sea ya un asunto de dos siglos atrás.

Hay una buena dosis de emoción positiva (¿del autor?, ¿del narrador?) a la hora de describir la naturaleza, y alguna que otra leyenda; y ello ejemplifica un tanto el porqué sentimos que hay un toque mágico que enriquece el accionar de los personajes. Puedo decir que estas descripciones están llenas del color y los matices reales de la flora de la isla (por ejemplo, cuando se habla de la hoja de la yagruma), y al mismo tiempo crean la curiosidad por viejas leyendas como la de los jigües, también llamados  güijes.

Es de resaltar la importancia que el autor le otorga a un hecho que en su visión poética alcanza un rasgo mágico de buena poesía, para el cual emplea la digresión de un hermoso párrafo:

“Uno de esos días trepado a una palma, pude observar una visión que me dejó perplejo: Rafaela tenía posado en un dedo el pajarillo más pequeño del planeta, una avecilla con plumas de color rubí, verde, azul y ciertos tonos metálicos, la cola era larga y el pico finísimo, sus alas eran negras y se sostenía en el aire como un soplo suave del viento. Más que un pájaro, parecía una mariposa o la suma de las dos cosas: mitad pájaro, mitad mariposa. Cuando inicié el descenso de la palma, el pajarillo alzó el vuelo y desapareció en el monte. Pregunté a Rafael acerca de aquella visión: —¡Ah!… ¿al zunzuncito se refiere usted? Es un pájaro sagrado—, afirmó ella”(3).

Aquí hay una intención poética muy lograda, la cual está también repartida a lo largo de muchos momentos de la novela. Es de este tipo de cosas mágicas, muy características de Cuba, de las que se nutre esta crónica novelada. Y es que si fuéramos a ver cuál sería uno de los mayores logros de esta historia, tendríamos que pensar en que se proyecta como una crónica que busca marcar importantes elementos naturales de la flora y fauna de la isla, pero con la perspicacia de que sean al mismo tiempo elementos culturales del país, incluyendo los de su historia. Y esto lo pone en perspectiva el autor (mediante el narrador), al mencionar todo aquello que pudiera constituirse a modo de una identidad cubana. O mejor, más que identidad, diría: una identificación de lo cubano. La identidad, esencialmente, en cualquier pueblo es mucho más compleja que una sumatoria de características culturales. Lo cubano siempre ha estado en formación. No ha sido una evolución antropológica sistemáticamente estable, que pudiera darnos un progreso social continuado, sino a saltos y con estancamientos. El cubano desde sus gérmenes nativo, hispano, africano y chino se ha venido conformando por una ebullición de muchas otras razas, que se han venido fundiendo en su correr histórico. De aquí que esta novela, en su afán costumbrista (del cual padecen muchos autores noveles en su primera incursión narrativa), apunte a describir determinadas dimensiones que fueron dándose cita para una promoción de “lo cubano”. Por ejemplo, las recetas de cocina, cuando se habla de algún plato en cuestión, las descripciones de paisajes, los nombres y referencias de específicas figuras históricas, tanto de las guerras de independencia como de personajes netamente pertenecientes a épocas de nuestra historia cultural. Asimismo hay un interés por revelar aspectos del habla, frases y locuciones populares, interjecciones y modos de decir. Incluso, lo político es descrito con un realismo exacto a cómo ocurría en aquellos tiempos del golpe de Estado de Batista, el 10 de marzo de 1952, lo que  no deja de ser un hecho histórico siempre cargado de intriga y tensión, y en el que el narrador aquí hilvana muy bien el secuestro de un sospechoso a la luz del día y las posteriores consecuencias en las que este (el secuestrado), después de salir por influencias de un político, tiene que arreglárselas para abandonar el país. El ejemplo claro de esto es el apresamiento de Santiaguito, nieto de Rafaela y Emilio, que se narra en el capítulo XV (4), y que se hace interesante no solo por las descripciones de Centro Habana, sino por la diestra manera en que el narrador pasa de un paisajismo urbano a una anécdota de crispación política y de abuso arbitrario por parte de los sicarios de la policía, cuando desde El Lirio del Prado se llevan preso a su nieto Santiaguito.

Realmente esta narración agota las posibles descripciones de diferentes épocas de la historia de Cuba, desde las luchas por la independencia hasta distintos momentos en el contexto de la seudorrepública.

Si hay algo que, en mi criterio, frena y lacera esta historia es la pésima edición de este libro, en cuanto a errores en el discurso (comas, frases mal escritas, errores de acentuación, con el uso de los guiones y con el empleo de las mayúsculas, confusión con el uso de la preposición “de” en los apellidos cuando debe ir en baja o en alta, y la falta de letra cursiva en títulos de publicaciones, entre otros problemas más). Todo ello era fácil de advertir por parte de la editorial que nunca tuvo nada de esto en cuenta, puesto que se sobreentiende que el autor escribe, y se deja llevar por su historia y por su afán de publicarla, y muchas veces no se da cuenta de la necesidad de una edición que realmente saque a relucir el prestigio del autor, del libro en sí mismo y de hecho el de la editorial que publica el libro.

En lo referente a su encuadernación, específicamente su portada, esta viene de acuerdo con el contenido del libro, con una atractiva vista del Paseo del Prado de La Habana, y es de considerar aquí el buen gusto que se tuvo a la hora de escoger una foto tan genuina para toda época de Cuba, que no solo infiere sentido estético, sino asimismo un real acoplamiento con el contenido del libro. Sin embargo, de la contraportada no se puede decir lo mismo, debido a que hay varios deslices que infieren la falta de revisión por parte de un editor, como cuando se da esta cacofonía de “los personajes los lleva a aventurarse”, que de alguna manera maltrata un poco el oído; o si no el uso del punto y aparte con la comilla como se debe escribir en español, y salirse de la influencia del inglés, “…mi vida por este instante.”, cuando debe ser en la palabra “instante”., el punto después de la comilla; y eso de poner Ciudad de Filadelfia (“Ciudad” con mayúscula) da la impresión de que ello indica un desconocimiento del español, ya que Filadelfia se llama Filadelfia en español y no Ciudad de Filadelfia.

No obstante, como he dicho al principio y en medio de este trabajo, El Lirio del Prado es un libro de muchos valores, aun cuando sea difícil considerarlo como una novela al estilo de cómo se escribe hoy en día, debido a un supuesto defecto de ser una obra costumbrista. Lo cierto es que Reynaldo Fernández Pavón se decidió a escribir sobre su familia y logró darnos un mosaico de bellas emociones (una de tantas es la profunda tristeza que se despliega en el capítulo final, que termina con la muerte de Rafaela), en las que se encuentran excelentes descripciones, además de una atmósfera y un espíritu que contribuyen mucho a proyectar una visión real y poética de lo cubano.

Notas:

  1. En la dinámica de la novela, por lo general, no se deben identificar autor y narrador. Esto es uno de los elementos que forman mi argumento de que esta narración se propone más como crónica narrativa que como otro tipo de historia novelada al uso. Pero al mismo tiempo, el hecho de que sea, en cuanto al género, otra cosa y no lo previsto, no demerita en lo más mínimo el valor cultural que puede tener esta historia, sino por el contrario muy bien puede alcanzar el nivel de constituirse un documento cultural.
  2. El cubano, por lo general, siempre ha tenido tendencia a las digresiones. Es una característica incluso de su típica conversación.
  3. Párrafo tomado de El Lirio del Prado,  Estados Unidos de América, Palibrio, 2011, pp. 68-9.
  4. Ver páginas 228-40 de la edición citada
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