La Mística del Sonido: la música callada de la creación.

Pocas veces coinciden en un mismo creador las dos aristas principales del arte: la expresión artística y su aprehensión estética; difícil conjunción encontrada en estos tiempos en los que la modernidad ha impuesto distinciones absurdas entre el enunciado musical y su valoración crítica, con ser dos polos de una misma expresión. Por entre vericuetos y distingos falaces de este peculiar escenario, Antonio Rodríguez Delgado salta fronteras con su libro La Mística del Sonido, en una inteligente y sensible reflexión de los secretos de la música, como “desarrollo indispensable de la percepción y el análisis –aclara en sus palabras preliminares- sin las cuales resulta una utopía, la comprensión de las artes y las ciencias”.

La Mística del Sonido
                La Mística del Sonido

La prolija intuición del autor nos roza, de modo sutil, con dos de los conceptos esenciales que guiarán este ensayo, tal y como expresa en su preámbulo: la “capacidad de conexión” y la necesidad ineludible de “viajar hacia adentro donde se esconde y habita la persona que somos”. La capacidad de conexión, esa que nos regala el autor como guía de luz en la madeja de consideraciones que entrecruzan sus ideas, son las “correspondencias” imprescindibles para conocer la riqueza y vastedad del mundo, enlaces visibles e invisibles que arman la sinergia de razones e inspiraciones en el arte. Una vez entendida la sustancia primordial de ese mundo, engarzado a un orden elemental (correspondencias elementales de la alquimia), podremos adentrarnos en los “cuatro arcanos de la música” –tal y como nos propone el ensayista en uno de sus capítulos- que no por azar fuera la base del mundo-música pitagórico, apoyado en el tetraedro, figura perfecta del orden y la ley, es decir, la expresión visual del kosmos sustentada en los cuatro cardinales que permiten escuchar el sonido del universo, como “huella de la vibración espiritual”.

Por otro lado, el viaje hacia adentro al que nos invita Rodríguez Delgado, para silenciar “la frenética orgía que surge del reclamo incesante de los sentidos”, paso inicial de una ascesis que conducirá al éxtasis místico, semeja el itinerario interior propuesto por san Agustín como búsqueda de la verdad de Dios (la divinidad, la perfección del tetraedro, la precisa correspondencia del hombre con el Absoluto) en la fórmula del intimior intimo meo, silencio como “música callada” –ya diría san Juan de la Cruz- que es el único modo de escuchar el sonido de la creación. No hay duda alguna que la “mística del sonido” señalada como clave del misterio de la música, nos lleva a descubrir el deus absconditus que se revela a quien logre penetrar la “hondura del alma”.

La lectura de este libro, por sí mismo un viaje de reconocimiento del hombre al par de los acordes que le prenuncian, enriquece el talante de la música al rescatar su sentido más puro de belleza en la idea “sensiblemente significativa” como primera condición de aprehensión estética. El cruce y amalgama que vamos encontrando en este viaje del espíritu hacia la sinfonía íntima del silencio, refuerza su interés en los disímiles estratos del arte musical que se conjugan como teoría y praxis, preceptiva y ejecución, procesos creativos, artístico, e intelectivo, que permiten avistar un universo sonoro en toda su diversidad, para convertirlo en un multiverso audible.

Los 47 capítulos, pequeñas secciones que condicionan una estructura de espléndida lectura, recorren siglos de apreciaciones artísticas, desde aquella hermética figura del Pentagrama, figura básica de una cosmología numérica en Pitágoras que abriría las compuertas de la armonía musical como simetría y equilibrio del mundo (kosmos-Kaos), signos que habrían de corresponderse tiempo después con el Eidos platónico y su alma-mundo (anima mundi alquímico), pasando por los mantras de sonido conducentes a la estación de la mística en la filosofía oriental, las teorías del ritmo de los estetas alemanes del siglo XIX, con sus correspondencias genética, biológica, psicológica y teleológica, hasta la estética puramente musical que en W.A. Schlegel nos llevaría nuevamente al antiguo pensamiento griego en el apotegma de la purificación del alma a través del ritmo, ya ahora euritmia universal.

Al exhortarnos a llegar “a ese portal indescriptible de la belleza y el amor”, que es la mística del sonido, el autor nos lleva hasta el lugar donde se pueden apreciar los “mundos imaginables”, aquellos que los sufistas avistaban como el lugar “de lo sublime e imperecedero”. Los cuatro caminos que apoyan el itinerario resumen un camino ascético como condición sine qua non para que el hombre supere los límites de su propia circunstancia humana y llegue a situarse en su último estadio, ya en plena conciencia de su cuerpo espiritual, como integrante de la “logia de soñadores” a los que estará permitido escuchar, muy dentro de sí mismos, la música del universo.

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Ivette Fuentes de la Paz

Ensayista y narradora. Doctora en Ciencias Filológicas (1993) y Doctora por la Universidad de Salamanca (2016). Es directora de la Cátedra de Estudios Culturales Vivarium y de su revista homónima, y profesora de Literatura Hispanoamericana y de Evolución de las Ideas Estéticas en el Instituto Superior de Estudios de Estudios Eclesiásticos P. Félix Varela.

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