Antonio Rodríguez Delgado y La Mística del Sonido (Colección Ensayo)

Por Victor Toledo

La sentencia de Martín Heidegger: sobre que sólo quedan las huellas de los dioses y hay que saberlas rastrear, ver, en este caso oír, leer para hacer del mundo una casa luminosa, se aplica plenamente a este libro y su título: La huella del sonido, sinestesia del maestro Antonio Rodríguez, uno de nuestros grandes pedagogos.
La sabiduría, tanto general como concreta, sobre el instrumento de Hermes, Apolo y Orfeo, recorre estas páginas como las huellas luminosas, las notas solares, que cantan la canción de la vida y de su sentido divino.
El interior refleja el exterior, el instrumento es el arma del alma individual.
Si se supera el ego, el artista se acerca a lo sublime.
La armonía universal es la armonía individual y viceversa: gran secreto del ejecutante que ha alcanzado el más alto escalón de la maestría. Sincronizar el todo y el detalle es la clave, la llave de sol, la que abre la Puerta. “Dios está en los detalles”.
El ejecutante es el propio sonido de la luz.
Cita a Miguel Ángel Buonarroti: “Dios, libérame de mi mismo para poder complacerte. O recuerda: “excelsa voluntad de buscar la esencia de Dios por el camino de la belleza.” Porque estamos ante una poética órfica y su catábasis, el arte de un alma pura es la revelación y su renacimiento para alcanzar la inmortalidad, la divinidad.
El orfismo de Mauricio Fichino y la alquimia se funden en su teoría.
A veces parece que nos habla de la revelación e iluminación de Hermes. Y de las iluminaciones del Tao, no parece, aparece las vibraciones de la escala entera de los colores y sus signos con su simbología, primero es el símbolo, el címbalo, después la realidad.
La música es la alquimia de las notas, los elementos trasmutados, decantados, en sonidos.
“Recomiendo evitar injerencias, incluso de los mejores exponentes, cuando aún no hemos alcanzado nuestro sonido”. Nuestra voz, nuestro propio ser, búsqueda general y esencial del gran artista.
Así entran en armonía espíritu y cuerpo: “Si partimos del equilibrio mental en la ejecución, lo lógico es que ese balance perfecto se somatice en una postura correcta donde sólo se aplique la fuerza necesaria, se recorra la distancia más corta y no la más larga a la hora de seleccionar los dedos que buscan las cuerdas, aplicando una aproximación al instrumento donde lo natural y el respeto a lo anatómico, entren en conjunción sin artificios ni exageración. Se genera una simbiosis en la que el intérprete se funde a su instrumento, y ambos desparecen y se trasforman en algo nuevo y mágico.”
Aplica la magia y la alquimia –así como una lógica precisa- entre cuerpo y alma, a la enseñanza de la guitarra.
El gran maestro Antonio Rodríguez ejecuta la sinfonía universal del conocimiento ejerciendo su profundo conocer espiritual en su instrumento, que es el alumno iluminado por la misión órfica trasmitida.
La sabiduría alquímica, la órfica, la oriental y en general el conocimiento clásico espiritual del alma y del espíritu es novedosamente aplicado a la enseñanza de la guitarra, amén de su propia y amplia experiencia como guitarrista y maestro.


Verdadero Maestro que ha logrado sus mejores éxitos en las manos de sus alumnos, transformadas por ese espíritu universal del conocimiento -por la inmortalidad y desde la inmortalidad- en alas que vuelan superando la esfera terrestre y temporal.
Un conocimiento profundo y refinado de la técnica pero guiado por la premisa del Espíritu, del Espíritu universal y trascendente como Sentido de la vida, como revelación del Ser.
El Maestro Antonio más que un maestro de guitarra es un maestro de las artes más secretas esotéricas, un guía inédito en la soteriología: del sentido órfico musical, cósmico y poético (claro que en esta raíz nos recuerda a su gran compatriota José Lezama Lima, y sus ensayos, La cantidad hechizada, Introducción a los vasos órficos, que guiaron a la poesía cubana por el camino más brillante de la isla y de manera señala en nuestro continente).
Su misión es una misión trascendente, su labor humanística y espiritual atemporal.
Sabe que lo importante en la enseñanza de la lira-arco no es enseñar a dar en el blanco (objetivo común) sino saber tensar el arco, puesto que entendiendo esta premisa fundamental el blanco justo y preciso se alcanza por sí sólo. El saber tensar el arco es saber tensar el alma con el espíritu del universo. Las cuerdas de la guitarra son las cuerdas de la trayectoria de nuestro sistema planetario, la guitarra es el propio universo que el alumno deberá aprender a pulsar sin titubeos, armonizando la tensión entre el espíritu (el corazón, la sensibilidad, la pureza del alma) y el cuerpo (las manos, el cerebro, la técnica, la teoría), entre la mente y la materia.
El artista es un demiurgo que debe armonizar, afinar, las notas entre el cosmos y el hombre, entre la vida y la muerte, entre el alma y el cuerpo, entre el tiempo y la trascendencia. Antes que nada, conociendo este secreto hermético (de Hermes, el Dios y el egipcio iluminado) entonces el alumno está preparado para ser un verdadero y gran ejecutante de la lira del universo. Y, por lo tanto, entregar, prodigar esta armonía benevolente, bendecidora y sanadora a los hombres.
La armonía concitada desde las esferas más altas y profundas del universo salva al mundo, Yo-viendo en la tierra y haciéndola florecer de forma espiritual y material.
Esta dialéctica entre el espíritu y el manejo de la materia, donde se da la primacía a la conciencia de lo espiritual trascendente y posteriormente a la técnica dominada (por el control mental consiente) es una verdadera pedagogía que viene a contrastarse con el inmediatismo de la búsqueda del éxito egoísta y fácil pero vacío de nuestro tiempo, donde, precisamente, sólo se encuentra por este camino el vacío, el hueco existencial del ejecutante, el vacío de la falsa música y la nada del fracaso final.
El viaje catábico de Orfeo es una odisea del alma al inframundo para su iluminación, su Anábasis: el triunfo de la luz y la conciencia, el renacimiento y la felicidad sempiterna, el poder de hacer conmoverse a las piedras y ser seguido por su música por el bosque encantado. El triunfo de la vida sobre la muerte, es el verdadero poder del arte que revela el maestro esencial. Sólo por esto vale la pena el sacrificio del duro oficio, pero feliz en la plenitud terrestre y astral.
El artista, como el poeta, como el dios de la música y de la poesía, Orfeo, es alguien que nos conecta herméticamente, a través de su arte, con los tres reinos: el inframundo (el sacrificio, donde se fragua el renacimiento), el celeste (que buscamos alcanzar) y el terrestre (donde llegamos a perfeccionarnos).
Es alguien con el poder de conmover la materia, traer la luz del espíritu divino, sanar y llenar al mundo de belleza, de armonía y de bondad.
Esta es la verdadera transformación del mundo que propone en su enseñanza el gran maestro cubano enraizado en nuestro país, la revolución es la instauración del espíritu en el reino material. En esto coincidimos plenamente, absolutistamente, con él.
El mundo al revés que habitamos será –a través del verdadero y gran arte-, no importa el resabio idealista o romántico, sino la esencia shamánica, de nuevo, un mundo prístino y noble, habitado por dioses y estrellas luminosas que llegaron a superar el ciclo infinito de las reencarnaciones y de la búsqueda de la perfección.
Tenemos entonces con esta obra un libro que es el libro del profundo secreto espiritual de la guitarra. Un texto que al abrirse nos conduce a las puertas –lo digo sin exageración- de la inmortalidad.

La Mística del Sonido

Víctor Toledo es un poeta y traductor de la generación de los llamados “poetas de los cincuentas”. Además de sus obras en el género de la poesía ha traducido a los mejores poetas rusos y es creador de los rosagramas (sonetos: caligramas en forma de rosa). Estudió en la universidad Lomonosov de Moscú donde recibió el título de doctor en filología rusa en 1992 y recibió una beca del Concejo Nacional de Cultura de México (CONACULTA) para traducir la obra poética completa del poeta ruso Osip Mandelshtam, en 2004. Impulsor decidido de una poesía experimental, es miembro del concejo de redacción de la revista Biblioteca de México y desde 2009 es director de la colección de poesía, ensayo y cuento “La Abeja de Perséfone” (BUAP). El gobierno de Veracruz lo nombró veracruzano distinguido en el año 2000. Recibió la Medalla Pablo Neruda de Honor Presidencial, del gobierno de Chile, en 2004, junto a Andrés Henestrosa, Marco Antonio Campos y Eduardo Lizalde, en México, la cual es otorgada a grandes personalidades en el mundo.

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