Una mirada al nacionalismo musical desde el primer cuarto del siglo XXI.

El nacionalismo, vigencia y trascendencia.

Por el compositor y productor musical Reynaldo Fdez. Pavón

Algunos creadores de música concreta, aleatoria y electroacústica, durante las tres últimas décadas del siglo XX, opinaban en los conservatorios, y en otros ámbitos, que el nacionalismo, en vez de ubicar a un país dentro de las corrientes artísticas universales, mantenía a los creadores en una especie de aislamiento, a merced de la búsqueda de una expresión musical autóctona. Se clasificaba el nacionalismo como una forma de componer opuesta a la llamada música contemporánea de entonces (no he aceptado esa clasificación porque pocas obras de la historia de la música me resultan tan contemporáneas como el Adagio, de Albinioni, y el Quinteto para clarinete Stadler KV 581, de Mozart, que sirvió de fondo musical al filme francés La felicidad).

Esos criterios académicos y doctorales sobre este tema en particular, en mi época de estudiante de música, me situaban frente a una barrera, y en las artes y la literatura como en otras manifestaciones de la conciencia social hay una continuidad que incluye las rupturas, como el silencio es parte de la música en una partitura.

Los ojos del tiempo me han permitido ver que en la crítica artística y literaria en muchas ocasiones existen presupuestos extraartísticos y literarios, e intereses individuales y de grupos que condicionan la perdida de la objetividad en una postura u otra frente al producto artístico.

En esta aproximación deseo mostrar matices que resultan de gran interés para el análisis de una música contemporánea. En primer término, cabe mencionar que este estilo surge como una reacción al tutelaje y la influencia académica del sinfonismo alemán y de la ópera italiana. Los compositores de la periferia europea —por así llamarles para diferenciarlos de los alemanes e italianos—, tomaron  conciencia de la necesidad de expresarse con acentos propios, sin renunciar  al acervo morfológico y al sinfonismo desarrollado hasta la primera mitad del siglo XIX, actitud que les conduce a estudiar y utilizar la potencia del canto y la potencia del baile presentes en el folclore, en la música campesina y en algunos géneros de la música popular, como material musical que, como un arcoíris de notables  peculiaridades, contiene la presencia de melismas, tonos modales, cuartos de tonos y de polirritmia, a lo que se suma la diversidad de timbres de los instrumentos regionales, así como la incorporación de cuentos, leyendas, mitos y cantares autóctonos.

Se ha dicho que el nacionalismo exalta hechos culturales simples y primitivos, contenidos sin valor que auspician la mediocridad y lo eminentemente superficial en el plano morfológico y composicional; esta posición demuestra que es muy difícil trascender los presupuestos ideológicos de una época, los productos artísticos-culturales que categorizan como simplistas, primitivos y superficiales, representan las expresiones culturales de pueblos que fueron marginados por la cultura oficial. La antropología del colonialismo occidental alentó la investigación de estas culturas marginales, por la necesidad de conocer el “objeto colonizado”, sin embargo, a la larga, produjo un efecto contrario a los propósitos de los antropólogos burgueses, dado el hecho de que las investigaciones de campo dieron como resultado el desarrollo de la etnomusicología como disciplina. La información adquirida por los etnólogos se convirtió en una base material muy útil para compositores talentosos, pues utilizar elementos del folclore y fusionarlos con el sinfonismo europeo de manera tal que la obra se universalice requiere de talento probado (este fue el caso de la relación entre el etnólogo Fernando Ortiz y los compositores Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla a principios del siglo XX). Surgen en este proyecto nuevas formas de emisión del sonido utilizando los instrumentos convencionales de la orquesta, pese a las limitaciones impuestas por la notación, y aparecerá el uso del minimalismo como recurso novedoso, en obras de compositores como Leoš Janáček y Leo Brouwer, que lo incluyen con fuertes contrastes orquestales.

La ruptura con el sistema tonal se había iniciado con las resonancias bitonales de los compositores impresionistas, encabezados por Claude Debussy y Maurice Ravel, sistema que fue bien acogido por los compositores nacionalistas, que reflejan en sus obras una toma de posición frente al sentido tradicional y en ocasiones elitista de la música de concierto, actitud que permite la entrada en los teatros de expresiones pertenecientes a grupos sociales marginados, como ocurre en el caso de los cubanos Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, del norteamericano George Gershwin, de los españoles Manuel de Falla, Isaac Albeniz, de los húngaros Béla Bartók  y Zoltán Kodaly. Por cierto, supieron encontrar su propio lenguaje musical, lo cual no niega sus afinidades, a saber, el despegue gradual de la tonalidad y la armonía tradicional, la presencia de ritmos folclóricos, la utilización de elementos propios de la música popular, y el uso de compases compuestos como el 5/8 que se adaptaban mejor a las necesidades rítmicas de las obras.

Para lograr una verdadera apreciación musical del nacionalismo más que cualquier tratado teórico, recomendamos la audición de la obra de sus cultores más célebres, tales como:

Edward Grieg, el más universal de los compositores noruegos.

Jean Sibelius, orquestador de tal importancia que hoy día se tiene muy en cuenta para medir la cultura orquestal de agrupaciones sinfónicas.

Glinka, precursor de la escuela nacionalista rusa, realizó estudios académicos en Italia e investigaciones del folclore español.

Balakirev, el ideólogo del grupo de los cinco.

Borodin, en las danzas polvosianas del Príncipe Igor se pueden escuchar los aspectos que tipifican el nacionalismo en Europa.

Moussorgsky, uno de los compositores más trascendentales del nacionalismo del siglo XIX. Sus audacias en cuanto a armonía y su rítmica penetran en el alma del mesianismo ruso, presente en obras literarias como Almas Muertas, de Gogol, a través del uso de ritmos y melodías litúrgicas. sus Cuadros para una exposición, obra para piano orquestada por Ravel, se convirtió en una obra de obligatoria cita.

Rimsky Korsakov, compositor ruso que alcanza el mayor reconocimiento, tanto en Rusia como en el exterior debido a su alto nivel técnico-musical que le permiten escribir un tratado de armonía y otro de orquestación de obligatorio estudio en las cátedras de composición.

Serguei Rachmaninov, pianista virtuoso y orquestador que escribió entre otras obras, muy ejecutadas en todas las latitudes, cuatro conciertos para piano y orquesta considerados verdaderas obras de arte para este instrumento.

Anton Dvořák, sus sinfonías son de obligatoria ejecución en el repertorio de una orquesta sinfónica contemporánea. Es el padre del nacionalismo checo. Autor de nueve sinfonías que tuvieron enorme resonancia en Europa y en las Américas.

Isaac Albéniz, pionero del nacionalismo español. En París, hacia fines del siglo XIX, se convierte en el centro de la actividad de los músicos españoles, tales como: Manuel de Falla y Joaquín Turina.

Joaquín Rodrigo, su “Concierto de Aranjuez” para guitarra y orquesta se ha incluido con frecuencia en los concursos internacionales de guitarra como obra obligatoria para los premiados.

Enrique Granados, discípulo de Pedrell, al igual que Isaac Albéniz, adquirió una cultura musical impresionante al recorrer Europa en giras de concierto. Su obra pianística Goyescas fue de un éxito arrollador entre los pianistas concertistas y el público. Junto con Albéniz y Falla, inició el llamado renacimiento musical español.

Manuel de Falla, compositor con el que la música española logra una expresión absolutamente propia.

Béla Bartók y Zoltan Kodaly, investigadores del folclore húngaro, cuya producción impactó todos los escenarios occidentales y sigue teniendo vigencia en las salas de concierto.

George Gershwin, logra la verdadera fusión entre el jazz y el sinfonismo europeo, fue alumno de Ravel en París, y su legado musical no ha sido superada por ninguno de los compositores americanos posteriores. Su opereta Porgy and Best, es considerada una obra magistral de la música contemporánea.

Y en nuestra América, Manuel M. Ponce, México, compositor muy polémico, objeto de críticas muy encontradas entre sí, se dedicó a utilizar temas del folclore mexicano, que orquestaba con el estilo romántico europeo.

Carlos Chávez, director de orquesta y periodista. Su música estuvo dirigida a rescatar el espíritu de las culturas nativas de México. En la Sinfonía India, utiliza instrumentos de la percusión yaqui.  Fue un intelectual en toda la extensión de la palabra y con su obra alcanza la cúspide el movimiento musical nacionalista en México.

José Pablo Moncayo, discípulo de Carlos Chávez y Candelario Huízar. En 1935 forma el Grupo de los Cuatro en México, junto a Salvador Contreras, Daniel Ayala y Blas Galindo para difundir sus obras.

Silvestre Revueltas, compositor mexicano de música sinfónica de la primera mitad del siglo XX, violinista y director de orquesta. La música de Revueltas ha despertado el interés musicológico 50 años después de su muerte. Uno de los compositores más relevantes del siglo XX; considerado incluso por algunos musicólogos el mejor compositor de las Américas.

En Cuba, entre los pioneros se encuentra Ignacio Cervantes, en su obra para piano laten la presencia de los elementos que conformaron una nueva nación y un nuevo pueblo.

Manuel Saumell, precursor de los aspectos que integran nuestra identidad, o lo que nos hace particulares dentro del mundo, considerado como un compositor fundacional de la contradanza y de la habanera

Amadeo Roldán, la primera audición —ofrecida por la Orquesta Filarmónica de La Habana— de la Obertura sobre temas cubanos de Roldán, se ha considerado uno de los acontecimientos más trascendentales de la música cubana. Su conocimiento de la música afrocubana, de manifiesto en sus Rítmicas, posee una profundidad y una universalidad sorprendentes incluso hoy día.

Alejandro García Caturla, abogado y compositor, creador de obras sinfónicas con temas y rítmicas de la música afrocubana. Fue jefe de redacción de la revista Musicalia, escribió la ópera Manita en el suelo, con libreto de Alejo Carpentier, sus obras han sido interpretadas en Europa, Estados Unidos y la América Latina, conducidas por los directores de la talla de Anton von Webern, Carlos Chávez, Ernesto Halffter, Erich Kleiber, Nicolás Slonimsky y Leopold Stokowsky. El uso de la percusión cubana y de los metales caracteriza sus orquestaciones, en las que la presencia de ritmos y cantos afrocubanos han logrado un deslumbrante poder de atracción en públicos diversos.

No creo que deba catalogarse a los compositores nacionalistas citados como coloristas o folcloristas —a secas—, todos y cada uno, sin excepción, han trascendido a su época, e incluso en casos como el de George Gershwin, en los Estados Unidos, Silvestre Revueltas en México y Alejandro García Caturla en Cuba, no han tenido émulos, ni antes ni después de su muerte.

Bertold Brecht confiere a la literatura y el arte, la capacidad de sentir y hacer pensar, o incluso de repensarnos, pero sostiene que esas funciones no podrían ser descodificadas por el destinatario si las obras no cumpliesen la función primera de entretener. Las obras de estos compositores nacionalistas se han mantenido en las preferencias de todos los públicos hasta el sol de hoy por sus valores intrínsecos.

Es un verdadero privilegio mirar al pasado desde el primer cuarto del siglo XXI y aventurarse a  considerar muy seriamente la reacción  de los compositores nacionalistas, que junto a los expresionistas, inician la marcha hacia sistemas de composición que posteriormente otorgaron a la disonancia la misma relevancia que a la consonancia en cuanto a la concepción armónica, y en la cual, lentamente se fueron eliminando los centros considerados jerárquicos (tónica, dominante, sub­-dominante y sensible) para otorgar a todas las notas la misma jerarquía.    Este nuevo concepto late en la obra de compositores, tales como Gustav Mahler, Edgar Varese y Charles Ives, entre otros, y culmina en la música atonal, la música dodecafónica y/o el serialismo, creado por el compositor austríaco Arnold Schoenberg, y del cual, fueron cultores sobresalientes Alban Berg y Anton Webern, compositores de la Escuela de Viena que tuvieron seguidores en Latinoamérica y el Caribe, en la segunda mitad del siglo XX, influencia que no puede considerarse negativa o tildarse de europeizante.

Confieso que como escritor y compositor siempre he sentido un gran asombro ante la obra de creadores como el trovador Sindo Garay cuando escribe:

“La luz que en tus ojos arde,

Si los abres amanece

Y si los cierras, parece,

Que va muriendo la tarde”.

          Y ese texto tan hermoso, lo canta con una melodía tan perfecta que se ha convertido en obra del repertorio permanente de los coros cubanos, y no pretendió crear otra cosa que una canción de amor. El gustar de La Rebambaramba, o el disfrute que provoca en los sentidos el Concierto No. 3 para piano y orquesta, de Serguei Rachmaninov, -quizá el más ruso de sus cuatro conciertos para piano- , no impide, en lo absoluto, la posibilidad de analizar en otro contexto la Crítica a la Razón Pura, de Kant y  los posibles alcances de la metafísica, Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, reconoció en una ocasión su incapacidad para escribir un texto que pudiera servir para componer un bolero… ¿Qué más?

 

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