Pensamientos en La Habana

Acerca del ensayo reflexivo en Cuba. Algunas figuras emblemáticas. (Parte I)

Dijo el filósofo Roberto Agramonte sobre la historia del pensamiento cubano, que es la “marcha del espíritu hacia la autorrealización de la idea de libertad y hacia la sustitución de una fe muerta por una fe viva”1, lo que decide que dentro de la historia de las ideas filosóficas en Cuba haya un escalón superior al que aspira la “marcha del pensamiento” deparado al hombre y “todo lo bueno de su existencia”.

En Cuba no podemos hablar, dentro de la tradición de pensamiento, de filósofos “puros” —como creo que nunca podría hablarse como tales en toda la historia de la filosofía— sino de hombres volcados en la acción civil, pedagógica, científica, política, cuyos pensamientos condujeron a formar una conciencia común y a cimentar las bases de un pensamiento que calzaría tanto la acción individual como la colectiva.

Tal postura en que se erige tanto la conciencia nacional como el pensamiento filosófico define su sentido de funcionabilidad y vitalidad, y así la objetividad y sentido de la historia, ligada a su vez a un idealismo que sólo la vocación por la libertad y la fe por “lo que es bueno en la existencia” concertaban, rasgos que peculiarizan y fundamentan la filosofía en Cuba.
Por la propia evolución del pensamiento latinoamericano, por su génesis y por las coyunturas sociopolíticas que fueron conformando su estructura, los temas, tal y como fueron también en el ámbito internacional, serán los que centran sus miras en lo propiamente humanístico, al considerar al hombre la materia a alcanzar en toda su riqueza y vastedad. El hombre, protagonista de las aspiraciones políticas, sociales, humanistas, intelectivas y artísticas de anteriores siglos es, ahora, el centro del quehacer filosófico, pero no sólo en su acción, o sea, en su proyección “experimental”, sino en todas las aristas que componen su ser esencial. Más allá de su ser físico, el plano de lo supraterrenal es también óbice de su actuar, ligado en el espacio americano no sólo a lo histórico circunstancial, sino a las leyendas y mitología, cartografía mucho más abarcadora y esencial que la prevista. Es la nueva concepción americana de la historia, su cultura, su mundo, el ser y el conocimiento, a partir de un extrañamiento de lo sentido —vivido (Dilthey); intuido (Bergson), procurado por la voluntad (Nietzsche, Schopenhauer), y aprehendido de la realidad.

Coordenadas habaneras durante la República. –
La fuerte vinculación de los pensadores cubanos con la realidad sociopolítica y el carácter funcional y vital, además de emotivo, de la filosofía en Cuba, hizo que fueran acogidas aquellas doctrinas foráneas que más se adaptaban a sus propios valores para así ponerlas en función de los intereses nacionales. Por la búsqueda añorada de la dimensión espiritual cubana y por el rescate de esta vocación lograda por la revalorización de nuestras tradiciones a través de la exégesis filosófica, las ideas provenientes de Europa en los albores del siglo XX que se asimilaron fueron aquellas que centraban sus miras en la conceptuación de la vida y el hombre como eje protagónico, valor primordial que hacía del rango afectivo y sensitivo un nuevo modo de filosofar. De este modo tuvieron particular atención los pensamientos de Wilham Dilthey, Edmund Husserl, Henri Bergson, Sigmund Freud y José Ortega y Gasset, que calaron profundamente en la reflexión filosófica cubana.
A escala mundial, el siglo XX perfiló su mirada reflexiva en resquicios de la realidad tan insospechadamente amplios como pequeños, esto es, proyectó el objeto de reflexión a los planos macrofísicos y microfísicos, lo que evidenció una total revolución del pensamiento.

Cuba no estuvo ajena a los cambios producidos a escala mundial que llevaron a una crisis de los fundamentos de las ciencias, en particular las ciencias positivas, muy en consonancia con las corrientes intuicionista y vitalista. La base fundamental de este cambio no era rechazar la realidad como fuente de valor, sino modificar el espectro de lo real, extendiéndolo no a algo más que la mera experiencia sensorial, sino a las esencias que constituyen otra dimensión del mundo físico. A lo que se unía la nueva óptica de las ciencias físicas, con todo el protagonismo que la realidad “invisible” y así la posibilidad ficcional, obtenían. El positivismo, de este modo, se volvía ya inoperante frente a corrientes de pensamiento mucho más dúctiles a las dimensiones y elementos integrantes de la realidad, aristas donde la mente humana encontraba su sitial de un modo mucho más orgánico y veraz, apoyado en el triunfo del espíritu sobre el desmoronamiento de lo material que trajo por consecuencia la Primera Guerra Mundial.
El cambio de mentalidad observado a escala mundial que igualmente condicionó los nuevos derroteros de las ideas en Cuba con el redescubrimiento de una espiritualidad subyacente ha sido muy bien expresado, como “espíritu de época”, por Ortega y Gasset:

El vigor intelectual de un hombre, como de una ciencia, se mide por la dosis de escepticismo, de duda que es capaz de digerir y de asimilar […] Los principios físicos son el suelo de esta ciencia, sobre ellos camina el investigador. Pero cuando hay que reformarlos no se pueden reformar desde dentro de la física, sino que hay que salirse de esta. Para reformar el suelo es preciso, evidentemente, apoyarse en el subsuelo. De aquí que los físicos se viesen obligados a filosofar sobre su ciencia, y en este orden el hecho más característico del mundo actual es la preocupación filosófica de los físicos .

El punto de vista de Ortega y Gasset, expresión de sus concepciones vitalistas y de la primordial función que otorga a las vías de conocimiento centradas en la razón humana, conforman una óptica integral de valoración del conocimiento, sea cual sea el ámbito de proyección. Esa integridad avizorada por el conocimiento aunado en el “saber”, sostiene el afán apologético de una filosofía que rompe los lindes entre ciencias (positivas y humanísticas o sociales) para conjuntarlas en una.
No fue difícil para el pensamiento cubano, impregnado de una vocación apologética (muy definida por el pensamiento martiano, guardado como culto por generaciones de estudiosos) aprehender este cambio de mentalidad y asimilar las tendencias filosóficas que abrían cauces hacia la interioridad del hombre, nacidas de una razón más profunda, propia de las dimensiones de su espiritualidad. En otras palabras, José Martí expresaba esta concomitancia de las líneas de indagación para un conocimiento superior, asunto que refiere en su “Prólogo al Poema del Niágara”:

Pero en la fábrica universal no hay cosa pequeña que no tenga en sí todos los gérmenes de las cosas grandes, y el cielo gira y anda con sus tormentas, días y noches, y el hombre se resuelve y marcha con sus pasiones, fe y amarguras; y cuando ya no ven sus ojos las estrellas del cielo, los vuelve a los de su alma .
Para el pensamiento cubano, el afán de integrar los planos de conocimiento del mundo, ya sean estos sensibles o metasensibles, inmanentes o trascendentes, es el soporte que le permite asimilar las posturas filosóficas que responsabilizan al hombre con su ser y estar en el mundo, aplicando su voluntad y comprensión de su papel dentro del contexto vital y social que habita el hombre con “vigor intelectual”, el mismo que establece Ortega cuando lo hace “dudar” y “hallar” el sentido del mundo gracias a la abierta actitud mental.

  1. José Ortega y Gasset: ¿Qué es la filosofía? Madrid, Alianza Editorial, 1982, p.43.

Ivette de los Ángeles Fuentes de la Paz (La Habana, 20 de mayo de 1953)

Doctora en Ciencias Filológicas (1993) y Doctora por la Universidad de Salamanca (2003). Ha desarrollado su labor profesional como editora, especialista literaria (Ministerio de Cultura), directora del Proyecto Casa “José Lezama Lima” (Ministerio de Cultura), especialista en teoría y estética de la danza de la revista Cuba en el Ballet (Ballet Nacional de Cuba), y como investigadora literaria (Instituto de Literatura y Lingüística, Ministerio de la Ciencia). Es actualmente directora de la Cátedra de Estudios Culturales Vivarium y de la revista homónima y profesora de Literatura Hispanoamericana y de Estética en el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos P. Félix Varela. Es además investigadora adjunta del Museo Nacional de la Danza.

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