Regocijo del criterio por Manuel Gayol Mecías

Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído.

Jorge Luis Borges

Solo se puede leer para iluminarse a uno mismo: no es posible encender la vela que ilumine a nadie más.

Harold Bloom: Cómo leer y por qué

La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.
Mario Vargas Llosa: Elogio de la lectura y la ficción

La crítica es el ejercicio del criterio: destruye los ídolos falsos, pero conserva en todo su fulgor a los dioses verdaderos.

José Martí

    Una verdad lapidaria es esa que Jorge Luis Borges nos enseña en relación con la lectura, y es que esta es formativa (aunque también deformante). En su caso específico, queda claro que sin la lectura no se puede escribir y, mucho menos, andar en la vida. Pero debemos saber lo que leemos y, al mismo tiempo, necesitamos saber cómo andamos por este mundo tan complejo, en el que, cada vez, se necesita conocer más, pensar mejor y ampliar la cosmovisión cultural. Y es que no solo necesitamos la información periodística, sino además la información profesional de los libros y la sensibilidad auténtica del pensamiento, en todas las disciplinas, así como del arte y la literatura.
En efecto, se trata de caminar bien, leer bien para escribir bien, porque si no, nos vamos hacia un despeñadero, al que nos conduce un pésimo tipo de lectura. Aun cuando alguien esté alejado de la creación literaria, leer bien (es decir, entrar en las inquietudes gráficas de los valores) es el sendero hacia una cultura que nos provoque el ánimo de que siempre vamos a encontrar algo nuevo.
Por ello, para evitar la “deformación”, cuando leemos lo hacemos de una manera muy individual; lo que nos hace estar en el mundo, pero al mismo tiempo vamos siendo diferentes. Y esto es muy importante, porque la diferencia es parte de la creatividad de cada uno, es el hecho de hacernos creativos debido, en parte, a que en realidad debemos sentirnos distintos, para en realidad estar unidos como seres pensantes.
De aquí que Harold Bloom nos haga saber, por su parte, como si fuera una primera ley de la literatura, que leer es una de las formas de reafirmarse (reconsiderarse uno mismo) como ser humano. Solo podemos hacer que otro encienda su cirio cuando escribimos, para que entonces ese alguien pueda encender su vela con su propia lectura de lo que le decimos.
Asimismo, cuando leemos, debemos estar conscientes de qué cosa leemos, por qué y para qué leemos (evitando el riesgo de la “deformación”). Así proyectamos nuestra interpretación escrita como una nueva lectura en busca de un lector.
Es entonces cuando Vargas Llosa nos previene de que la buena literatura no solo es aquella que crea una gran fraternidad entre la diversidad humana, sino la que nos saca de… o, al menos, nos hace reconocer “la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”. Y esto es lo que he tratado en este libro, de crear un corpus de diez interpretaciones dramativas, de dramas disímiles en géneros, temas y estilos que puedan inducir al lector no solo a buscar las obras presentadas por su alta calidad formal, sino también por sus importantes contenidos: nuevos y esenciales en sus problemáticas de lo contemporáneamente cubano; es decir, mi intento por sacar a la luz las visiones de diez creadores cubanos (por orden alfabético de nombres: Amanda Rosa Pérez Morales, Amir Valle, Armando Añel, Carmen Alea Paz, Guillermo Vidal, Ivette Fuentes de la Paz, José Latour, Julio Benítez y Reynaldo Fernández Pavón) que se basan en valores universales para mantener viva la llama de lo que ha sido la realidad de la Isla en estos 61 años de “Revolución” (y de, hecho, salir de la “ignorancia”, las “ideologías” y la “estupidez”).

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En otro sentido, estas razones asimismo intentan el entusiasmo por la difusión de una narrativa y una pieza teatral de profundas ideas, haciendo que por la calidad de estas obras analizadas se justifique sobradamente la complicidad con los autores. Una conspiración invisible con la audacia de apostar por unos textos que nos permitan el regocijo del criterio; en otras palabras, un juicio gustoso, iluminado por diversos valores universales.
Aquí la complicidad viene a ser entre el crítico y el autor analizado; es la trama que ha propuesto ese escritor para que no solo sea leída, a su manera, con simpleza, sino además para que exista ese otro alguien —en este caso el crítico— haciendo su papel de lector experimentado que resalte los méritos que encontró en esa obra dada, y así sirva de acicate para que otros lectores la busquen. Ello es, de alguna manera, el estímulo al que aspira todo creador, y a lo que asimismo este crítico cómplice contribuye y, de hecho, encuentra el goce, la sensibilidad y la inteligencia.
Pero al mismo tiempo esa complicidad —entre el analista o el intérprete crítico y el narrador— necesita de manera imprescindible de ese tercer participante que eres tú, amigo lector, como lado último que cierra el triángulo (creativo) del enriquecimiento.
Debido a ello, el crítico es un intermediario, una especie de comunicador privilegiado, que dice su opinión, como un resplandor que intenta propiciar la lectura, aun cuando el lector sagaz no tenga, en mucho o en nada, que sucumbir ante los criterios a la hora de recurrir a su propia lectura de la obra.
Siempre que el crítico logre llamar tu atención y llevarte a la consulta directa del texto en cuestión, ya cumple así con su misión, en este caso, de garantía, de crédito, de apoyo. Fábulas, historias y anécdotas que te descubrirán nuevas relaciones con el mundo físico y el mundo de los sueños. Es ese afán de comparar y hurgar en lo que otros escriben; de decir además que, entre tantas cosas, la vida está también hecha de críticas eminentemente felices.

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De modo que el hecho de valorar, de establecer criterios, viene a ser, entre tantas cosas, un sentimiento de regocijo, porque coinciden en mí el análisis lógico, el intuitivo y el gusto. Y es que el acto con que se manifiesta la alegría de concebir el criterio es el hecho de leer algo, pensarlo, comprenderlo y escribir las ideas que provienen de lo leído.
Tanto el acto del análisis racional como el intuitivo me permiten llegar a una segunda y más profunda realidad, al menos desde mi perspectiva individual; y sentirme de esa manera partícipe de la creación leída. Develar un mundo otro en el que yo siento mi contribución, como camino de acercamiento, a esa realidad original que presenta un autor. Y aun cuando el criterio sobre algo puede ser infinito o, incluso, limitado, el aporte podría constituirse en sustancial para otro lector. Y es esa esperanza también (desarrollada en el análisis y en la opinión), de abrir una nueva vertiente de comprensión, lo que termina creando el sentimiento de regocijo en el crítico.
En este caso, diez creadores, diez maneras de buscar acercarnos a la realidad cubana, es lo que espero pueda constituirse asimismo en una llamada —aunque breve— de atención sobre algunos nuevos escritores y nuevos temas de la literatura y el teatro cubanos contemporáneos.

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Por último, quiero reconocer como verdad indiscutible, eso que expresó José Martí de que “la crítica es el ejercicio del criterio: destruye los ídolos falsos, pero conserva en todo su fulgor a los dioses verdaderos”. Crítica es, de hecho, pensamiento enfocado en la demostración de algo, mediante el análisis y la espontaneidad, de manera racional e intuitiva, una y otra, respectivamente; pero también es pensamiento pendular cuando se trata de un extremo armónico (que reconoce, pero asimismo rechaza) o su contrario, el antagónico, que busca la eliminación radical de los “ídolos falsos”.
Ambos tipos de conjuntos críticos: el armónico y el antagónico, por ser pensamientos que se refractan en un ángulo creativo, con su vórtice hacia un objetivo específico, necesitan de la experiencia de un ritmo intelectual: racionalidad consciente, lógica aguda, prueba convincente, o intuición automática proveniente de nuestra propia génesis; salto de gigante remoto que se sorprende a sí mismo.
Por ende, el ejercicio es pensar, función repetitiva y silogística de creación y búsqueda, de encuentro y reconocimiento. En otras palabras, para un acercamiento más simple al igual que profundo, es con exactitud el “ejercicio del criterio”.
Es mi deseo en este volumen no el hecho de eliminar “dioses falsos” porque en este caso específico no los hay, sino el de disfrutar, hasta un nivel de alborozo y placer, del resplandor de nuevos escritores que, de diferentes maneras, iluminan el camino del drama cubano.

Manuel Gayol Mecías. Poeta, narrador, ensayista, crítico literario y periodista cubano.
Fue investigador en el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas. Ha obtenido importantes premios literarios en Cuba y en EE.UU. Ha publicado numerosos libros, entre los que figuran La penumbra de Dios (ensayos), Ojos de Godo rojo (novela) y La noche del Gran Godo (cuentos). Miembro del Pen Club de Escritores Cubanos en el Exilio y de la Academia de Historia de Cuba en el Exilio, presidente de su filial de California. Asimismo, es vicepresidente de Vista Larga Foundation y dirige la revista Palabra Abierta y su editorial homónima.

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