El Jazz ácido de Nueva Zelanda.

Por Reynaldo Fernández Pavón

En torno a la novela El Jazz ácido de Nueva Zelanda de Amanda R. Pérez Morales, un libro de La Pereza Ediciones.

Los autores cubanos se encuentran dispersos por el mundo, eso hace muy difícil tener un conocimiento abarcador de lo que está ocurriendo en la literatura cubana contemporánea, esta realidad se hace más compleja cuando se trata de la obra que están escribiendo los escritores jóvenes.

Durante muchos años La Gaceta de Cuba de la UNEAC y la revista Encuentro de la Cultura Cubana nos han permitido conocer la existencia de escritores, críticos y ensayistas de profundo acervo cultural, este es el caso de la joven escritora de la novela El Jazz ácido de Nueva Zelanda, hecho que celebro y canto porque niega la falacia de la no existencia de voces cultas entre las actuales generaciones. De suerte que Amanda R. Pérez Morales representa la negación del estereotipo y por tanto el análisis de esta novela no puede partir de esquemas ni de frases preconcebidas.

Si tomamos en consideración la trascendencia que posee para  un escritor el sitio en el que se crea la obra literaria y en conocimiento de que esta escritora ha vivido  toda su vida en la tierra que la vio nacer,  llamó mi atención que el escenario de la narración se universaliza a través de los conflictos de los personajes. Estamos ante una obra que se rebela contra la manipulación mediática y un orden establecido que pretende hacernos vivir en este mundo como si nada estuviese pasando.

Por momentos, podríamos tener la impresión de que estamos leyendo un diario personal en el cual se  fueron pincelando experiencias existenciales y reflexiones que tienen su origen en la ausencia de respuestas a las múltiples interrogantes que los seres humanos del siglo XXI se formulan. En  la breve introducción a la editorial nos preguntan – ¿Es el hombre tan solo un error de Dios? ¿O es Dios tan solo un error del Hombre?  Y la relación idea- sujeto – objeto recorre en elipsis su larga y dramática conjugación, en un universo donde el caos  y el accidente conviven con las categorías generales.

Tener en las manos un libro que nos hace pensar, es una forma de dialogar, sobre todo en tiempos en que los celulares inteligentes, los sitios de internet y los aditamentos electrónicos hacen cada vez más difícil la comunicación en vivo y en directo entre los seres humanos.

El Jazz acido de Nueva Zelanda es una novela que no puede analizarse dentro del esquema que nos ha impuesto la crítica literaria respecto a qué es una novela o cómo se escribe una novela. En primer término, en esta narración no existe una conducción lineal de la historia, en cuanto a exposición, desarrollo, clímax, anticlímax y desenlace. La línea espacio- tiempo no sería apropiada para un contenido que no nos cuenta una historia de principio a fin. La estructura lineal no se correspondería con este argumento que se desarrolla en una editorial que existe en un sitio indeterminado,  no en una ciudad o  un país específico.

En esta novela la escritora es un personaje que inter-actúa con los personajes y con las manifestaciones de la conciencia social: mónadas que aparecen y desaparecen, filósofos que nos llevan a callejones oscuros y en ocasiones luminosos, escritores que han pasado por los mismos desvelos que el lector en el tiempo del no tiempo, compositores que conmovieron a públicos diversos, amantes que se entregan al amor y al desamor, lecturas disímiles que han dejado huellas desde los anales de la historia,  burócratas que podrían hundir el mundo entre formularios, reportes y prohibiciones. Podemos ignorar a unos y otros o tomarlos en cuenta, siempre que sea divertido, pero por regla general los protagonistas de El Jazz ácido de Nueva Zelanda son controvertidos y ensimismados, seres que se niegan a aceptar la realidad en que viven, como un reflejo de un reflejo.

La filosofía es quizás el elemento vital de esta novela y sorprende sobre todo por tratarse de la opera prima de la escritora. La sofística presente en sus preguntas nos llevan a meditar sobre el mundo que van a heredar las generaciones del futuro. Me temo que podría cumplirse la profecía de Albert Einstein para el día en que la tecnología supere a las habilidades de los seres humanos, si no existe para ese entonces, una filosofía que haga posible la coexistencia de los avances tecnológicos, las relaciones de poder y la esencia humana.

El Jazz ácido de Nueva Zelanda abre una ventana al conocimiento de los presupuestos presentes en la literatura de los jóvenes escritores de la isla y desde sus páginas se escuchan voces que no podemos y no debemos ignorar.

Reynaldo Fernández Pavón,
Compositor y escritor

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